Los apegos

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Por Francisco González

Los apegos son todo aquello que nos ata a lo que consideramos nuestro, es decir, todo aquello que poseemos o que creemos que así es, incluyendo a las personas. Por un lado, nos puede dar seguridad, pero también incertidumbre temiendo perderlo. Es una ambigua manera de vivir en la que tontamente invertimos mucha energía, sin embargo, desperdiciamos parte de nuestra vida de esta manera, ya que forma parte de nuestras creencias.


Existen tres clases de apegos:

El primero es el apego a las cosas materiales, sobre todo al dinero, al considerarlo un poder que todo lo compra (¡), y no por que tales posesiones sean algo malo, lo que pasa es que en el apego puede resultarnos inquietante y hasta doloroso compartirlo o perderlo.

El segundo de los apegos es el que se tiene a las personas: padres, hermanos, amigos, comunidad, familia y más, y de manera preponderante los hijos. Cuando nos referimos a cualquiera de estas personas anteponiendo “mí”, al igual que lo hacemos con las “posesiones” materiales, inconscientemente le damos un poder de posesión. De hecho, no somos dueños de nada, ni siquiera de nuestro cuerpo el cual también nos ha sido temporalmente prestado por la madre tierra, y que al igual que todo lo demás fi nalmente se lo regresaremos una vez que se termine nuestro tiempo. Sin embargo, el poder de la palabra “mi” crea un efecto nocivo en nuestras creencias, al reaccionar con dolor ante la pérdida o separación de una de estas personas. Como ejemplos están la muerte o el divorcio, o
cuando uno de los hijos dejan la casa paterna.

El tercero de los apegos es el que se refi ere a nuestras creencias y sentimientos. La soberbia, el miedo y la avaricia son los factores principales que alimentan los apegos, aferrándonos con todo a los condicionamietos que desde pequeños hemos recibido de nuestro entorno social. “Mi religión es la verdadera, los demás están equivocados” “Doy la vida por mi equipo o por mi partido político; sufro si pierde y me siento inmensamente feliz cuando gana” “Es que así soy yo, orgulloso como mis padres” “Es que soy miedosa e insegura como mi madre” “Es que en mi casa somos así, etc.” Todo esto, sin importar lo tóxico que resulte, se acepta como si fuese algo normal.
Justamente, al considerar a los apegos como algo natural a pesar de lo destructivo que nos resulte, nos hace inflexibles, forzando situaciones innecesarias de ira o miedo, pagando un alto precio con la pérdida de energía. Por lo tanto, los apegos forman
parte de todo aquello que nos va desgastando física y emocionalmente, lo que en el tiempo deriva en múltiples enfermedades, envejeciéndonos de manera paulatina y prematura, muriendo a destiempo.

¿Aunque el promedio de vida ha aumentado a nivel global, es dable que al final de la vida se llegue de la manera tan decrépita como se suele llegar? Como podemos observar, los apegos son parte de esa isla personal en la que se encuentra todo aquello que supuestamente es nuestro, y que sin importar cuan absurdo sea nos da seguridad en el diario, rutinario y con frecuencia aburrido vivir, ya sea por lo
que creemos política, social o religiosamente, o sobre nuestra familia, amigos, la comunidad en que vivimos, nuestra casa, el trabajo, el dinero, el carro, la escuela y todo aquello que forme parte del inventario de nuestros haberes. Si cualquiera de estas cosas se altera o se pierde nos afecta, nos enoja, nos asusta.
Hay quienes en casos extremos terminan en un hospital con ataques de depresión, pánico o ansiedad, o simplemente quitándose la vida.
Son los apegos los que penosamente nos mantiene ligados a todo eso que sin darnos cuenta nos va drenando, ya que en este sueño colectivo en el que vivimos, creemos que tenemos que estar atados a todo eso a pesar de que nos agote y nos hagan sentir infelices. Decía Francisco de Asís “Me encanta ir al mercado y ver todo lo que no necesito” Es en el inconsciente en donde se encuentran anidados todos esos nudos que nos encadenan y que viciosa y adrenalínicamente nos mantiene en el apego. Resulta de gran utilidad hacer una exploración por medio de la hipnosis o de cualquier otra técnica y deshacerlos, para no continuar arrastrándolos como quien va jalando una yunta, desgastándonos inútilmente. Todo lo que ha sido creado está a nuestra disposición para ser disfrutado, sin embargo, no es lo mismo poseer que ser poseído. ¿Como pretendemos ser libres e ir ligeros de equipaje por la vida si estamos atados a nuestros apegos?

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